Otra vez trece de mayo, pero hoy es distinto, ya que se cumplen nada menos que veinte años de aquel día que cambió mi vida para siempre.
Parece que fue ayer y, a la vez, ha pasado toda una eternidad. Ese día, escuchando la canción Baby Can I Hold You, de Tracy Chapman, las lágrimas empezaron a salir de mis ojos sin parar. Con su letra me di cuenta de que estaba solo, más solo de lo que jamás me había imaginado, que solo quería que me abrazaran, pero de verdad, que confiaran en mí y, sobre todo, confiar en mí mismo. Supe que estaba solo porque vivía una vida que no me correspondía, que no era yo y que necesitaba ser yo de una vez, para poder vivir. Empezar a vivir.
Asumí que esa diferencia que sabía que tenía significaba algo que no era malo, en absoluto, aunque siempre me enseñaron que lo era, que era pecado, algo asqueroso, pero no. Amar no puede ser asqueroso y no lo es. Empecé a quitarme capas de encima y acepté que yo era como era. Como soy.
Hoy en día sigo sin poder escuchar esa canción. Desde aquel trece de mayo de dos mil tres, Baby Can I Hold You me hace llorar y creo que jamás podré oírla tranquilo. Me trae demasiados recuerdos. Bueno, puede que algún día sí lo consiga.
Hace veinte años era solo un crío. Qué poco queda de aquel Javier. El de ahora sabe muy bien quién es, y lo sabe gracias a aquel día, aquella canción. Nada volvió a ser igual, aunque tuvo que haber ocurrido antes.
Feliz trece de mayo, Javier.