Se cumplen seis meses de mi salida del hospital después de haber sobrevivido a una epiglotitis aguda que me hizo vivir la mayor pesadilla de mi vida, con la que de verdad por primera vez vi la muerte de frente, que me tuvo dos semanas hospitalizado con una traqueotomía y de la que he tardado todos estos seis meses en recuperarme con unos efectos secundarios brutales. Sí, ahora puedo decir ya que estoy recuperado, por fin. Me siento bien y solo de vez en cuando siento aún esos efectos secundarios, cada vez más suaves y llevaderos. Mi masa muscular perdida no ha vuelto y no creo que vuelva jamás, pero me siento bien, me veo bien y estoy más sano que nunca.
Pasar por esa enfermedad fulminante (si te da tan fuerte como me dio a mí y no se detecta a tiempo, en unas horas te ha matado), considerada rara, me ha enseñado muchas más cosas buenas que malas. Me he demostrado lo fuerte y lo valiente que soy, que la vida hay que aprovecharla y me ha recordado quién soy y quién quiero ser. Me ha devuelto a mi camino y ahora soy más feliz, más tranquilo y más realista con la vida. De las cosas malas prefiero no acordarme.
Toda mi historia con la epiglotitis aguda y la traqueotomía la tengo escrita en un libro que espero que algún día vea la luz. La cicatriz en el cuello está ahí bien presente, aunque ya no la veo cuando me miro. Una marca que me recordará para siempre el viaje más duro que he vivido en toda mi vida.
Da igual lo mal que lo pude haber pasado. Lo importante es que pasar por aquello hizo que ahora mismo siga aquí, vivo, contándolo y con más sueños que nunca, agradecido a la vida, a los que me ayudaron a sobrevivir (sin ellos no habría podido haberlo hecho) y con más ganas que nunca de seguir aquí.