Acaba una semana complicada, y mucho, en la que he estado a punto de la ansiedad y la pérdida de los nervios, pero esa es una historia personal y, por suerte, con los años he aprendido a tener mucho autocontrol y mantener a ralla situaciones de estrés que, en otras épocas, me habrían desesperado por completo y habría terminando perdiendo los papeles, pero tengo que tomarme esto como una prueba que superaré, porque puedo y porque quiero.
Algo que me ha ayudado mucho a encontrar paz interior es la escritura. Retomar mi diario íntimo después de tantos años es toda una terapia y, sobre todo, un desahogo hablando de cosas que no le contaría a absolutamente nadie, simplemente hablando conmigo mismo. Otra escritura terapéutica es la escritura de mi nueva novela, esa historia de posguerra que me tiene atrapado hasta límites que no recuerdo haber vivido en casi ninguna de mis novelas. Solo en esas que al final han resultado ser mis historias más grandes, como “Piensa en mañana”.
Siempre suelo tender a pensar que estoy escribiendo mi mejor trabajo pero, al terminarlos, veo que no es así, que hay cosas que sigo sin superar y que “Piensa en mañana” sigue siendo mi obra cumbre. Eso no es malo, porque superar aquello es muy difícil. ¿La diferencia de esa novela con las otras? Los sentimientos, y me refiero a los míos, los que tengo al escribir. Sentir que el corazón se me va a salir del pecho, abrazar los personajes y notar que las palabras salen con una hermosura inusual, pese a lo triste de la historia… Esas cosas marcan la diferencia y se notan en el resultado final. Llevo unas diez mil palabras escritas pero estoy solo en la fase inicial, de presentación, cuando otras veces ya estaría inmerso en lo que es la historia, pero ahora es diferente.
Puede que sea eso, que lo que tengo que hacer es escribir historias así, tipo “Piensa en mañana” o “Me llamo Anabel”. Esas historias son las que me salen directamente del alma. Lo demás es escribir. Esto es sentir y yo quiero sentir que soy escritor, al margen de lo que ocurra después con los manuscritos, cosa de la que ya he escrito con anterioridad y no me quiero repetir.
En esta historia no me centro en un personaje, sino en toda una familia y eso también la enriquece muchísimo. Estoy disfrutando de un proceso que quiero que lleve su ritmo, sin forzarme a terminarlo, sino dejando que fluya. Un día escribo quinientas palabras y otro dos mil, pero lo que sí estoy haciendo es pensar cada frase, cada párrafo y dejar que todo salga del corazón.
No tengo palabras para expresar lo que están suponiendo estos personajes y esta historia para mí. Es por eso por lo que estoy convencido de que esta novela va a ser mi obra definitiva, la que marque de verdad mi crecimiento como escritor después de tantos años de aprendizaje, de tropiezos, de aciertos, de desilusiones…
¿Qué pasará mañana? Ya veremos. Mientras tanto seguiré escribiendo.