Creo que va ya por la cuarta vez, pero me apetecía hacerlo. He empezado a leer, de nuevo, la novela Drácula, de Bram Stoker. No es un secreto que es mi preferida de siempre, desde que la descubrí con quince años y caí rendido al encanto de la versión cinematográfica de Francis Ford Coppola, con una Winona Ryder que se convirtió en mi actriz preferida, y lo sigue siendo.
Esta novela es la única que me hace sentir un cúmulo de sensaciones muy diferentes entre sí. Es una historia que me hace querer escribir, que está llena de terror, suspense, aventuras y romance. Nunca he leído nada igual y yo creo que no lo haré jamás. Puede que también el romanticismo del recuerdo de esa primera vez y lo deslumbrado que me sentí tenga mucho que ver, pero para mí Drácula es la novela perfecta y su protagonista mi personaje preferido. Todo lo que tenga que ver con Drácula me fascina y, de vez en cuando, tengo que revisar esta novela, sobre todo para beber, no de la sangre, sino de la inspiración que me transmite y, de paso, prepararme para retomar la novela de vampiros que dejé a medias hace algo más de un año y que me gustaría alumbrar en este dos mil veintidós.
Entre vampiros anda el juego.