Con todo el estrés laboral con el que acabo todos los años, una vez más se acerca el fin de año y casi no me he dado cuenta. Además, me estoy recuperando de una fuerte gripe que me ha dejado sin fuerzas y dolorido.
La Nochebuena y Navidad la pasamos en Córdoba, donde no iba desde el dos mil dieciocho, y poco se pudo hacer allí, ya que las lluvias torrenciales nos tuvieron en casa casi los tres días del viaje. Además, el último me desperté malísimo, con muchísimos dolores musculares, de cabeza, garganta, tos, congestión… El miedo de haber llevado el coronavirus allí nos asaltó. No me podía levantar de la cama y lo hice, a duras penas, a medio día, sin notar mejoría. Allí me hice una prueba de farmacia. Negativo.
Volvimos como pudimos a Madrid. El viaje en AVE fue duro porque, aunque corto, me encontraba muy mal. Al llegar a casa tenía treinta y ocho y medio de fiebre. Como no estaba tranquilo con ese negativo, porque había oído varias historias de falsos negativos (entre ellos mi hermano), el lunes por la mañana, arrastrado porque seguía encontrándome fatal, fui al ambulatorio y también di negativo. Por suerte ese día no trabajaba. Para estar cien por cien seguro, por la tarde me hice otra prueba y así al día siguiente poder trabajar sin miedo. Di negativo. Así podía confirmar que era gripe.
El martes en el trabajo fue una jornada muy, muy dura para mí, aunque fui porque quise, por eso no me voy a quejar. Ahora me encuentro mejor y me doy cuenta de que el año se acaba y que va a empezar un dos mil veintidós al que voy a entrar agotado y un poco desmotivado, pero esperando que me traiga cosas buenas, como siempre.
Este año no es que haya sido malo (aunque al final no ha habido ninguna publicación editorial, aunque sí el nuevo álbum del que estoy muy orgulloso), pero sí uno de los más agotadores que recuerdo de toda mi vida y, sinceramente, creo que no me lo merezco. Al dos mil veintidós de momento le voy a pedir que no sea tan duro.