Estoy en otra de mis crisis existenciales como escritor.
En los dos últimos años estoy escribiendo más que nunca. Este mismo año llevo escritos ya tres libros (mi experiencia con la traqueotomía la acabé hace un par de días, a falta de añadir alguna cosa y corregir) y, después de mi trayectoria y los años de experiencia, volvemos a lo mismo de siempre, cada vez es como empezar de cero y darse contra muros de piedra. Uno termina sin saber qué hacer para que le escuchen las editoriales, porque no es una cuestión de la escritura, sino de que te abran una puerta solo para que sepan lo que tienes que ofrecer.
Ha llegado un punto en el que hasta con las editoriales que trabajas es difícil hablar. En la era en la que gana el que más followers tenga, la batalla está siempre en las redes sociales. Tantos seguidores tienes, tanto vales. Así de sencillo. La escritura pasa a un segundo plano. ¿Frustrante? Muchísimo. ¿Ganas de tirar la toalla? Constantes. ¿Qué puedo hacer? Nada.
Lo peor de todo es no tener a nadie en mi entorno con el que poder hablar, porque ninguna de las personas con las que me relaciono en mi día a día comparten mi pasión.
Por eso de vez en cuando mi salud mental necesita quedar con algún colega escritor. ¿De quién echar mano? Pues de Laura López Alfranca, claro. Son años ya de amistad en la que empezamos persiguiéndonos inconscientemente y acabamos siendo amigos. Ella me comprende y ella me da consejos. Este sábado por la mañana quedamos para dar un paseo por el cementerio de San Isidro y ponernos al día. Había mucho que contar y, como no nos gusta hablar…
Después tomarnos algo en Callao y allí, como ya he hecho con varias de mis novelas y con ella, le dejé leer las dos primeras páginas de mi nuevo manuscrito (la historia sobre el bullying), que llevaba encima para ir corrigiéndolo en el metro. Le gustó mucho, dijo que era potente. Siempre ha tenido buenas palabras para las cosas mías que ha leído. ¿Eso no lo ven las editoriales?
El caso es que fue una buena mañana. Yo necesito, al menos de vez en cuando, tener días literarios, porque en mi vida lo llevo en la más absoluta soledad y muchas veces tengo que sacar lo que llevo dentro. Ya ni siquiera tengo a las personas que antes leían siempre mis manuscritos ayudándome con las correcciones. Quiero decir, siguen estando ahí, pero ya no los leen, como NaT y el wiccano. Cada vez me siento más solo como escritor y eso hace que me asalten siempre dudas, muchas dudas, sobre todo acerca de si lo estoy haciendo bien o mal. En mi mente siempre hay una voz que me dice que es lo segundo…